En este caso "LEGO, la película", cuenta con atractivos suficientes para brillar, pero la poca fe en lo que al otro lado del charco pudieran hacer con un universo de piezas con tantísimas posibilidades aumentaba conforme se acercaba el estreno. Finalmente, la cinta le ha dado una vuelta completa y ha salido a la luz de la manera más maravillosa posible, en la forma de una producción asombrosa de principio a fin que se ha colocado con asombrosa facilidad entre las producciones animadas favoritas entre el público.
Llegar a afirmar tal cosa no es fruto de la emoción o locura transitoria, ya que considerar que estamos ante uno de los mejores filmes animados es el directo resultado de 100 minutos para los que cabría usar cualquiera de los muchos elogios que atesora el castellano y que no voy a desglosar por aquello de guardar las formas y no parecer un fan descerebrado incapaz de observar objetivamente —todo lo objetivamente que se puede observar el cine— la producción y ofrecer un análisis mesurado de los aciertos y las fallas de la misma.
Nos acercarnos a un filme IRREPROCHABLE del que, sinceramente, no se me ocurre nada negativo que poder llegar a afirmar: desde cualquier ángulo técnico que se le quiera mirar, ya sea éste lo que corresponde a una espectacular animación —la stop-motion simulada es alucinante—, a una dirección y montajes soberbios y hasta la banda sonora del normalmente irregular Mark Mothersbaurgh sorprende, "LEGO, la película" se eleva muy por encima de la media, ofreciendo un recital constante de imaginación visual que no decae en un sólo minuto de proyección, pero aún más asombroso si la comparamos con la media de lo que se estrena cada fin de semana. ¡Si hasta el doblaje es espléndido y evita españolismos!
Ahora bien, es en el guión donde "LEGO, la película" encuentra su baza más genial y brillante, aquella que le permite dejar mudo a toda una sala plagada de peques —y no estoy exagerando, fue comenzar la cinta y los niños que pululaban por el cine enmudecer hasta que las luces se encendieron— y que juega tan bien en dos terrenos tan diferentes y complejos: pocos filmes hay, y lo que hay son considerados obras maestras de la animación, que accedan con tanta facilidad a aludir a pequeños y mayores por igual.
Para los pequeños, una historia que abre multitud de oportunidades y aventuras a un ritmo trepidante. Para los mayores, un mensaje elevado a su máxima potencia de amplio calado emocional al que atiende un filme plagado de referencias, chistes y cierta crítica social que sólo los mayores serán capaces de apreciar en su más compleja dimensión, hablándoles la historia del poder de la individualidad, la esperanza, la amistad y, sobre todo, la IMAGINACIÓN que se desborda por los cuatro costados, que deja con ganas de quedarse sentado en la sala y esperar a que comience la siguiente función para poder internarse de nuevo en un mundo al que, no cabe duda, volveremos cuando menos los esperemos.
Solo resta desear con fuerza que esa confirmada secuela consiga tocar siquiera de refilón la maestría demostrada aquí y que, cuando toque volver a correr aventuras con Emmet, Super Cool y Batman —inconmensurable el personaje en versión LEGO—, éstas se desarrollen, como poco, en términos sobresalientes.
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